Los españoles y supongo que las personas de casi todos los países, padecemos un problema de falta de honestidad de nuestra clase política. Cada día nos desayunamos con un nuevo escándalo de corrupción que salpica a un político o a un partido y ante nuestro asombro los contendientes no hacen grandes críticas, probablemente porque ellos también tienen sus propios trapos sucios. Eso nos hace pensar que la virtud de la honestidad va ligada a aspectos económicos de la vida pero si pensamos en realidad, es más dolorosa la otra parte de su falta de honestidad, la absoluta desconexión entre lo que dicen y lo que hacen.

Si una persona normal anotara la cantidad de cosas que hace con presión coercitiva y mira lo que los políticos se aplican, se levantaría en armas (es una expresión) y se rebelaría. Pensemos en la presión fiscal cuando ellos cobran sobresueldos que no tributan o cuando una parte importante de su gastos corrientes los encuadran en lo que llaman (para mayor sorna), gastos de representación. O temas cotidianos de tráfico, que supone una fuente de recaudación pero sobre todo de limitación de movimiento. Realmente su falta de honestidad es repugnante.

Pero hay el aspecto que me ha traído a escribir es la honestidad intelectual. La honestidad intelectual es la que nos lleva a pensar, alcanzar convencimientos y vivir según ellos de una forma cotidiana. Pero aun más importante, si descubres que las bases sobre las que has construido tus convencimientos son falsas o exigen una matización, debes reconocer que cambias de opinión, comunicarlos y comenzar a vivir de la nueva manera que marcan tus convencimientos.

Os pido que hagáis un alto y penséis en el juego de promesas políticas, incumplimientos y en el de temas no incluidos en el programa electoral y luego aplicado. De nuevo, ¡qué falta de honestidad intelectual, nunca se equivocan, nunca cambian de opinión!

En medio de este amargo sabor de boca, acabo de leer un libro que me ha dado a conocer una historia que me hace pensar que hay gente honesta en nuestro mundo del “vale todo”. Se trata de un filósofo de más de ochenta años que tras 65 años de ateísmo razonado y “fundado”, ha descubierto que todas las convicciones que han dado sentido a su vida y a su trabajo, eran falsas y que donde antes había un no-Dios, ahora hay un Dios y anda gritando en sus libros:

“Quizás algún día pueda oír una Voz (sic, con mayúsculas) que me dice: ¿Me oyes ahora?”

Nacido hijo de un predicado metodista, cayó muy pronto en el ateísmo y ha acumulado una formación filosófica de altísimo nivel. Ha sido citado pro todos los ateos y ha combatido a gente de la talla de CS Lewis y cuando decidió salir del armario, ha sido insultado y vejado (le han llamado viejo asustado y mente senil).

Cuando vio que solo en Dios y con Dios tenía sentido el mundo, empezó a buscar qué Dios y está en camino. Ya ha escrito:

“Si esperamos que la Omnipotencia ponga en pie una religión, el cristianismo tiene los mejores credenciales”

Hasta aquí ha llegado con la razón, pero estoy convencido de que Dios silbará o soplará en su oído, creo, fijaos que hermoso, cuando entre a conocer a nuestra Virgen María. Su cabeza dirá basta y se arrodillará. Porque Antonio Flew es un ejemplo de honestidad intelectual.

Estamos en verano, momento con tiempo y paz para leer algo de más calado que la prensa deportiva. Buscad: Dios Existe, Antony Flew, editorial Trotta y leed sin prisa. Cada bloque es especial, el Prefacio, el Prólogo, la descripción de su “iter” por la razón hacia la fe y los dos apéndices. Por favor, no os rindáis, llegad hasta el final. Estaréis orgullosos de ser cristianos