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13 agosto 2012 1 13 /08 /agosto /2012 17:38

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   EL AGRADECIMIENTO!!!  

¿PORQUE AGRADECER?

      Cuando a una persona cualquiera, creyente o no, se le exige algo, especialmente si esa exigencia implica sacrificio, lo primero que surge es una pregunta: ¿Por qué tengo que hacerlo?. La pregunta por el por qué es instintiva en el hombre y marca y condiciona su comportamiento ético. Para una espiritualidad como la de los Franciscanos de María, centrada en el agradecimiento, lo primero, por lo tanto, es intentar responder a esa pregunta. La respuesta no puede ser más que una: porque Dios te ama.

 

      Dios es amor. Esta es la gran afirmación del cristianismo. La que está en el origen de todo, la que motiva la vida del cristiano, su actuación moral. La “buena noticia” que desde hace dos mil años se proclama a cada hombre es ésta: “Dios te ama. Tú eres importante para Dios. Eres tan importante que, además de todas las cosas que te ha regalado, ha nacido y ha dado la vida por ti”. Pero esta “buena noticia” a veces parece entrar en contradicción con la realidad, como sucede cuando aparece la enfermedad, la ruptura familia, la muerte y, en general, el sufrimiento. El hombre, por mucha fe que tenga, se cuestiona en ese momento dónde está Dios y cómo es posible que si le ama permita que le suceda lo que le sucede. A estas “crisis” de fe se les hace frente con más posibilidades de éxito si se ha profundizado lo suficiente en el amor de Dios o, lo que es lo mismo, si se ha experimentado ese amor divino y se ha reflexionado sobre él. Por lo tanto, para hacer frente a las dudas de fe lo mismo que para llevar a la práctica las hermosas pero difíciles exigencias éticas del cristianismo, es necesario un trabajo previo, de largo recorrido, que implique profundizar en los motivos de agradecimiento que tenemos para con Dios. “Dios me ama”, es una afirmación hermosa y muy consoladora, pero no basta con expresarla, sino que hay que saber decirse a uno mismo, y también decir a los demás, por qué es verdadera. En las “escuelas de agradecimiento” se va profundizando, mes a mes, en ese amor de Dios por todos y por cada uno de los hombres. De esta forma, se dan argumentos que refuerzan la convicción personal de que no se es indiferente a Dios sino que, por el contrario, el Señor quiere a cada hombre con un amor infinito, incluso aunque en un momento concreto de la vida humana, se pueda estar en el túnel oscuro y aparentemente sin salida del sufrimiento. Sólo cuando uno está convencido de que Dios le ama y le ama mucho, puede contestarse a sí mismo a la pregunta del por qué tiene que estar agradecido a Dios y del por qué tiene que amar a Dios. Sólo entonces llegará el momento de contestar a la siguiente pregunta: ¿Cómo tengo que amar a Dios?

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12 agosto 2012 7 12 /08 /agosto /2012 17:33

Dios te AMa1

 

 

Agradecimiento:

      La espiritualidad de los Franciscanos de María tiene dos "fuentes" o puntos de referencia: la Santísima Virgen María y San Francisco de Asís.

 

      Con respecto a María, la clave de nuestra espiritualidad es la "imitación". Tanto los laicos como los consagrados que se identifican con esta experiencia buscan, con las limitaciones inherentes a un ser humano pecador, imitar a la Virgen y repetir, con el auxilio de la gracia divina, la experiencia que Nuestra Señora llevó a cabo en la tierra.

 

     De María queremos aprenderlo todo e imitar todo, pero nos fijamos especialmente en el motivo de su amor a Dios, a Jesús y a la Iglesia. Ese motivo, ese "corazón" del Corazón de María, lo encontramos en una palabra: agradecimiento. Las virtudes típicas de la Santísima Virgen -la amabilidad, la paz, la disponibilidad, la paciencia, la pureza, la unión con Dios, la obediencia, la humildad- son para nosotros pistas que orientan nuestro camino en la vida y nos enseñan a poner en práctica el agradecimiento hacia Dios y hacia el prójimo. Con todo, hay tres aspectos de la vida y del ejemplo ofrecido por la Virgen en los que queremos poner particular empeño para tratar de ser como ella.

 

     El primero es el de la Anunciación. María responde al saludo del ángel y a la petición transmitida por el mensajero divino con una frase que es todo un programa de vida: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Hacer la voluntad de Dios es, también para nosotros, un objetivo primordial. Hacer esa voluntad en la vida cotidiana tanto como en los grandes momentos de la existencia. Se trata, pues, de darle a Dios la prioridad en nuestras motivaciones y dejar que sea Él quien decida sobre nuestro presente y nuestro futuro, como hizo María, con confianza y con alegría, con total disponibilidad. Una de las consecuencias de esta "imitación" de María en su "sí" a Dios, es la de asumir que el Señor es realmente Dios y no un "amuleto" o un "ídolo" al que podemos manejar a nuestro antojo y tener a nuestro servicio. Somos nosotros los que estamos al servicio de Dios y no Dios al servicio nuestro. Queremos hacer frente así a la cada vez más extendida manipulación de la imagen de Dios, reducida a una caricatura por la cual aparece como un simpático y condescendiente abuelete en lugar de como el Dios soberano. De esta actitud se deriva, como consecuencia inmediata, el asumir el concepto de "deber" en nuestra relación con el Señor. Si Dios es Dios, si existe, si es el Creador del mundo y de la propia persona, sólo puede ocupar un lugar: el primero. Eso significa que nosotros tenemos deberes para con Él y Él tiene derechos sobre nosotros. El cumplimiento de nuestros deberes no será ningún "favor" que le hacemos al Todopoderoso, sino algo normal, lo mínimo que se puede esperar de nosotros, cumplido el cual tendremos que decir como aquel siervo de que habla el Evangelio: "No he hecho más que cumplir con mi obligación".

 

     El segundo momento de la vida de María que queremos tener en cuenta para imitar a Nuestra Señora es el del Nacimiento de Jesús en Belén. Allí, en la cueva de la Natividad, vemos a María con el Niño Jesús en sus brazos. No es ya la jovencita nazarena, sino una madre que tiene en su regazo a una dulce y grande responsabilidad. Es la Madre de Dios. La Maternidad divina de María es la mayor aportación hecha jamás por ningún ser humano a la propia historia de la Humanidad y a su destino. Por eso, imitar a María sería parcial si no se le pudiera imitar en esa maternidad; hacerlo así será, en cambio, el mayor servicio que cualquiera pueda prestar tanto al individuo como a la sociedad. La imitación de María en su divina maternidad es imposible en el sentido biológico del concepto. Nadie más que ella pudo llevar en su seno a Jesús y prestarle su carne para que Él la asumiera como propia. Sin embargo, el mismo Cristo iluminó el camino para conseguir la imitación de la maternidad divina de María en un sentido no físico sino espiritual; lo hizo cuando afirmó que todos aquellos que cumplan la voluntad del Padre son su Madre y sus hermanos. Por si fuera poco, el Señor ligó su divina presencia a una condición que sí es accesible al hombre, a cualquier hombre. "Donde dos o tres están unidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20), dijo Jesús en cierta ocasión en que explicaba a sus discípulos cómo tenían que rezar al Padre para ser escuchados por Él. Por lo tanto, la unidad, cimentada en la caridad recíproca, es según el propio Cristo, la "materia" para que se produzca ese nuevo y real nacimiento suyo. La unidad, pues, es una de las claves de la espiritualidad de los Franciscanos de María, puesto que sólo a través de esa unidad se puede imitar a la Virgen en su divina maternidad. El amor recíproco, la unidad como medio para la imitación de la maternidad divina, requiere cumplir una condición: no es posible para el individuo aislado, sino que tiene que ser practicada por la colectividad, por "dos o más". Esta condición es tan importante que sólo con su cumplimiento se evitarían tantas luchas suicidas y fratricidas que desgarran la Iglesia por dentro o que minan la estabilidad y energía de tantos grupos religiosos. Por lo tanto, así como en otras virtudes de María sí cabe la imitación individual, la maternidad sólo es accesible al conjunto, al grupo de cristianos unidos en el nombre de Jesús. Para conseguir esta unidad habrá que esforzarse por mantener siempre viva la caridad entre los que desean praticar la imitación mariana. Nada tendrá sentido si no es fruto del amor y nada merecerá la pena si para conseguirlo se rompe esa relación de amor recíproco. Una maestra en esta espiritualidad de la unidad, Chiara Lubich, decía a este propósito que "vale más lo menos perfecto en unidad que lo más perfecto en desunidad", porque en realidad lo que más vale es el amor. El amor, la principal de las virtudes cristianas, es el único que garantiza que existan las condiciones para que el Señor, si así lo estima conveniente, pueda hacerse presente espiritual pero realmente en medio de los hombres. La unidad, por lo demás, lleva a los miembros de la asociación a estar especialmente atentos a sintonizar con la Iglesia, con quienes la representan -el Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos-, con las distintas realidades existentes en su seno -las parroquias, las congregaciones religiosas, los movimientos y demás asociaciones- y también con los miembros de otras confesiones así como con todos los hombres de buena voluntad. Colaborar en la empresa de la unidad es una de las metas más nobles en que puede empeñarse un cristiano, pues no en vano Jesús pidió al Padre "que todos sean uno para que el mundo crea". Pero la maternidad de María no acaba en el momento del parto. Ella es Madre de Jesús y no sólo su "engendradora". Como Madre es, por tanto, educadora. En esa labor educativa están contenidas las semillas de la evangelización, puesto que un aspecto de esa educación es la enseñanza de los valores espirituales y religiosos que deben animar al ser humano. Así pues, la imitación de María en su maternidad lleva consigo una imitación en el papel educador que María llevó a cabo con Jesús, lo cual significa una llamada a la evangelización hacia todos aquellos que no conocen a Cristo o que lo conocen de manera deficiente. Evangelizar es cuidar de Jesús, es ser María, imitar a María. Para llevar a cabo esta evangelización volvemos al "corazón" de nuestra espiritualidad: el agradecimiento. Evangelizar, para nosotros, es ayudar a comprender que Dios ama al hombre y que el hombre tiene un deber de gratitud hacia Dios. Evangelizar es enseñar a agradecer, es enseñar a tener con Dios una relación basada en el amor, en la gratitud.

 

     El tercer momento de la vida de la Virgen que los miembros de esta asociación deben intentar imitar es aquel en el que se contempla a María al pie de la Cruz. Cuando casi todos se han ido, la Madre está a su lado, persevera en la fe y en el amor. A Cristo, en aquella hora del Gólgota, le faltó casi todo: incluso le faltó el apoyo sensible del Padre, pues Dios permitió esa tremenda noche oscura para que Jesús pudiera hacerse uno con la humanidad hasta sus últimas consecuencias. En cambio, el amor providente de Dios no permitió que a su Hijo le faltara lo que no le es negado a ningún ser humano: el cariño de la Madre. María junto a la Cruz es la expresión más alta del amor humano, a la vez que la sublimación de hasta dónde tiene que llegar nuestro amor por Dios. Imitarle a ella en ese decisivo instante significa estar permanentemente junto a la Cruz y junto al Crucificado. De hecho, si el Señor ha encontrado la manera de quedarse para siempre entre los hombres -en la Eucaristía, en su Palabra, en el prójimo, en la jerarquía, en medio de la comunidad reunida en su nombre-, no ha sucedido así con la Virgen. No hay una "eucaristía" mariana, no hay una presencia real de Nuestra Señora en la tierra a través de ningún sacramento. María está viva, en cuerpo y alma, pero está en el Cielo. En cambio, su Hijo sigue aquí en la tierra, vivo en medio nuestro, crucificado en tantas personas como sufren en el mundo. Está solo, enfermo, pobre, triste, encarcelado, anciano, huérfano, golpeado, abandonado en millones y millones de seres humanos. Y lo que es peor, estos hermanos nuestros que llevan la imagen dolorosa del Crucificado no tienen a su lado a María para consolarles, para apoyarles en su subida al Calvario. Esa será nuestra vocación como imitadores de la Virgen: hacer el papel que ella haría si estuviera de nuevo físicamente presente en la tierra; estar al pie de la Cruz y junto al Crucificado para llevarle el consuelo que necesita, el alimento que reclama, el cariño que alivie su soledad, la medicina que cure sus dolores. Imitar a María es servir y ayudar a Cristo crucificado. Ser Madre, como ella fue, significa no dejar que pase un Cristo doliente a nuestro lado sin hacer lo posible por aliviar su carga.

 

     En cuanto a San Francisco de Asís, de él aprenden los Franciscanos de María esas cualidades que hicieron del santo de Asís un hermano de todos los hombres: su sencillez, su pobreza, su humildad, su libertad, su fidelidad a la Iglesia, su compasión hacia todo el que sufre, su profunda alegría, su aceptación de la voluntad divina, su amor a la Cruz. Muchas de estas notas, típicas de la espiritualidad franciscana, ya están recogidas en la figura de la Virgen, pero la aportación de San Francisco de Asís añade un matiz especial que sirve para insistir en aquellos aspectos más ligados con el servicio a los pobres, con la vida austera, sencilla y alegre, con el amor apasionado a la Iglesia y el respeto hacia su jerarquía. Por otro lado, desde la perspectiva de la "espiritualidad del agradecimiento", nos fijamos, a la hora de imitar a San Francisco, en aquel momento de su vida en el cual, tras ver cuál era el contenido de las oraciones de los hombres y comprobar su egoísmo, salió llorando de aquella pequeña capilla de la Porciúncula mientras gritaba: "El Amor no es amado". Nosotros, con la ayuda de Dios, queremos amar al Amor, queremos amar a Dios que es el Amor. Y queremos dirigir a los demás hacia ese amor, ayudarles a comprender que ese es el verdadero camino del cristiano: amar con todo el corazón al Dios que te ama.

 

     Si de San Francisco pudieron decir sus biógrafos que era un "alter Christus", "otro Cristo", de los Franciscanos de María se debería poder decir que son "otras María" y "otros Francisco", en el sentido de ser "otros Cristos" porque procuran imitar a Nuestro Señor siguiendo las huellas y el modelo dejado por su Santísima Madre y por el santo de Asís. Unas huellas y unos modelos que se resumen en una sola palabra: agradecimiento.

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11 agosto 2012 6 11 /08 /agosto /2012 17:29

frmaria 018

Evangelización:

     La misión de los Franciscanos de María es vivir y difundir la espiritualidad del agradecimiento, ayudando a todos a comprender que ése es el corazón del Evangelio, aquello que Dios espera y tiene derecho a encontrar en el corazón del cristiano.

 

     Esta vivencia y difusión de la espiritualidad del agradecimiento se hace a través de la imitación de la Santísima Virgen y de San Francisco de Asís: Imitar a María en su disponibilidad, en su maternidad divina mediante la práctica de la unidad y en su servicio a Cristo crucificado; imitar a San Francisco en su pobreza, en su amor agradecido a Dios y en su fidelidad plena a la Iglesia y muy en especial al Papa.

 

     La práctica de esta espiritualidad y la realización de esta misión, nos ha llevado y nos lleva a estar en contacto con personas que quieren ayudar a los necesitados, como nosotros mismos queremos hacerlo. Hemos comprobado que, a veces, tanto ellos como hasta los mismos catequistas y evangelizadores, están desorientados, faltos de motivaciones espirituales y son víctimas de la secularización. Por eso queremos estar a su lado para ayudarles. Si resumiéramos esa misión en un lema habría que elegir éste: “Ayudar al que ayuda”. Es decir, se trata de ayudar a los que están ayudando a los demás para que sigan llevando a cabo esa ayuda y para que lo hagan en el nombre de Cristo y no sólo por filantropía o humanismo.

 

     De este modo, los Franciscanos de María quieren ofrecer a la Iglesia un instrumento de evangelización que vaya directamente contra uno de los retos mayores con que ésta debe enfrentarse: el secularismo. Este secularismo se pone de manifiesto en el desarraigo que se produce de Dios en el corazón del hombre. Éste ya no tiende a hacer las obras buenas que desea llevar a cabo por motivos religiosos o trascendentes, sino sólo por sentimientos humanos o humanitarios. La misión de esta asociación será ayudar al creyente a descubrir que en el prójimo necesitado –incluido el que necesita una fe que no tiene o en la que no está bien formado- hay una presencia de Cristo. Es para ayudar a ese Cristo, además de para ayudar al prójimo, para lo que hay que movilizarse y poner en práctica tanto las obras sociales como los métodos de evangelización y catequesis.

     Para llevar todo esto a cabo es muy importante unir espiritualidad con misión. La espiritualidad da a los miembros de la asociación los motivos que ellos necesitan para actuar. Esos motivos son, como se expondrá más adelante: la imitación de la Virgen como educadora de Jesús niño y como auxiliadora y apoyo de Jesús crucificado, así como la imitación de San Francisco en su amor a los pobres. Por agradecimiento a Jesús, como María, queremos ir a socorrer a los que sufren. En el nombre de la Madre estamos al lado de su Hijo. Y esto queremos hacérselo ver a todos los demás, particularmente a aquellos que comparten nuestra fe y nuestro amor a Dios y a la Santísima Virgen. De este modo contribuiremos a que ellos también estén llenos de motivaciones espirituales y no se dejen arrastrar por la oleada de secularismo, que tiende a quitar a Dios del corazón y del pensamiento del hombre.

 

     Uniendo estos dos elementos: motivación espiritual y servicio social, es como los Franciscanos de María adquieren su auténtica fisonomía, que debe ser siempre de equilibrio y síntesis. Un equilibrio que se consigue por la práctica intensa y no mediocre de ambos elementos: la unión con Dios y el compromiso social. En esa búsqueda de la síntesis es donde profundizamos en la genuina catolicidad, siempre en unión con la Sede Apostólica representada por el Papa, y con los obispos que están en comunión con él.

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10 agosto 2012 5 10 /08 /agosto /2012 17:13

 

 

frmaria 042

Historia:

      Los Franciscanos de María fueron fundados en 1988 por el P. Santiago Martín (Madrid, 1954), en Madrid y recibieron la primera aprobación eclesiástica de manos del arzobispo de Madrid, cardenal Ángel Suquía, en 1993, como Asociación Pública de Fieles de Derecho Diocesano. Desde ese momento, los Franciscanos de María comenzaron a expandirse fuera de su Diócesis de origen, primero por España y luego fuera de ella. Irún -en el País Vasco-, Alicante –junto al Mediterráneo- y Oviedo –en la cuna de la Reconquista- fueron las primeras Diócesis que acogieron la espiritualidad del agradecimiento. Luego siguieron otras: Valencia, Barcelona, Almería, Sevilla.... A partir del año 2000, aunque ya antes tenían presencia en América (República Dominicana), comienza la expansión por ese continente. En este momento las “escuelas de agradecimiento” –la “obra” típica y propia de los Franciscanos de María- están abiertas y funcionando en todas las naciones de América, desde Canadá a Chile, a excepción de algunas de las islas más pequeñas del Caribe. No mucho después, esta expansión se trasladaba a Asia, aunque más tímidamente (hay “escuelas de agradecimiento” en Sri Lanka) y se empezaban a crear grupos de laicos en otros países de Europa: Polonia, Holanda, Italia, Alemania. En 2007, el Papa Benedicto XVI, a través del Pontificio Consejo para los Laicos –presidido por el cardenal Rylko- daba la aprobación pontificia a esta institución, refrendándola así como un “camino de santidad” y reconociendo en ella la existencia de un carisma, el del agradecimiento. La aprobación pontificia tiene fecha del 25 de marzo de 2007, día de la Encarnación del Señor, día del “Sí” de María, y el acto oficial de entrega del decreto de aprobación tuvo lugar en el Vaticano el 26 de junio de 2007, fiesta de otro fundador español, San Josemaría Escrivá. En este momento, los Franciscanos de María están en 27 países de tres continentes y el número de laicos que asisten a las “escuelas de agradecimiento” y que, por lo tanto, forman parte jurídicamente de la Asociación está en torno a los diez mil.

      Los Franciscanos de María se organizan en dos niveles, el de los laicos y el de los consagrados. Cada uno de ellos tiene una estructura y unos compromisos diferentes, aunque todos partícipes de la misma vocación: amar y hacer amar al Amor, a Dios que es el Amor.

     Los consagrados tienen a su vez dos ramas, una masculina y una femenina, tal y como figura en los Estatutos aprobados por la Santa Sede. La rama masculina tiene ya Estatutos propios, aprobados también por la Iglesia –en este caso, la Archidiócesis de Madrid, bajo el cardenal Antonio María Rouco, el 27 de junio de 2007-. A ella pertenecen sacerdotes que pueden llevar o no vida en común. Los Estatutos de la rama femenina están en proceso de aprobación.

 

      Los laicos, hombres y mujeres, casados y solteros, jóvenes o ancianos, viven su pertenencia a esta Asociación como una vocación, es decir como una llamada específica del Señor que, a través, de los Franciscanos de María les anima y convoca a recorrer el camino de la santidad. Para ellos, pues, pertenecer a esta Asociación católica es algo tan serio e importante como para un religioso ser miembro de su Congregación o para un sacerdote estar inserto en la comunión diocesana. Con esta seriedad, con esta solemnidad, con esta llamada a actuar en presencia de Dios, es con la que los seglares que se acercan a la Asociación dan dentro de ella los pasos jurídicos que la Iglesia ya ha aprobado.

 

      Entre los laicos insertos en los Franciscanos de María hay dos niveles: el de aquellos que simplemente participan de la espiritualidad o colaboran en las actividades sociales, y el de aquellos que, transcurrido un tiempo, comprenden que se trata de su vocación específica dentro de la Iglesia y expresan mediante unas promesas su vinculación con la asociación y su decisión de servir al Señor dentro de esta familia espiritual. Ambos son Franciscanos de María, aunque, como es lógico, es sobre los miembros del segundo nivel sobre los que recaen las principales obligaciones, según consta en los Estatutos.

          Para emitir las promesas es preciso un tiempo de contacto y de participación tanto en los grupos de espiritualidad como en los de servicio a los pobres. Pasado este tiempo, el candidato expresa su deseo de dar un paso más y de comprometerse ante el Señor. Es imprescindible que esté en condiciones de libertad para poder emitir esas promesas, por lo que se deberá respetar con exquisito cuidado la voluntad del candidato huyendo de toda coacción; así mismo, éste deberá ser mayor de edad para dar este paso. Las promesas se hacen por un año y se renuevan por ese mismo periodo en cada ocasión. Los Estatutos preveen la emisión definitiva de las promesas transcurridos seis años de renovación de las mismas.

      Las promesas son dos. Una hace referencia a la práctica espiritual y la otra al servicio a los pobres.

       La promesa de "espiritualidad" lleva consigo el compromiso de rezar al menos quince minutos diarios, el rezo del Rosario, la confesión frecuente y la participación, siempre que sea posible, en la Eucaristía todos los días. Ligado a esta promesa está también el compromiso de intentar asistir a las actividades formativas que la asociación desarrolla a lo largo del año, particularmente a los “ejercicios espirituales” o “congresos” que tienen lugar en el verano.

      La promesa de "servicio" supone cuatro elementos. El primero es la austeridad personal, pues sin ella las demás nota de este compromiso pueden resultar vacías de verdadero contenido aunque se practiquen escrupulosamente; por esta austeridad los Franciscanos de María se comprometen a utilizar en su gasto y beneficio personal aquello que sea necesario, sin caer en la tentación del consumismo, verdadera lacra de la sociedad actual como tan reiteradamente denuncian el Papa y los obispos; no se trata de que no puedan gastar o que no puedan vivir con holgura; se trata de hacer el uso de los bienes que Dios nos ha concedido pensando que no estamos solos en la tierra y que de nuestro derroche dependerá la escasez de otros; se trata de buscar un equilibrio marcado por la generosidad, habida cuenta de que esta es una promesa que deberán practicar laicos que viven en el mundo y que, en muchos casos, asumen este compromiso a nivel individual sin que participen en él los demás miembros de su familia.

 

      El segundo aspecto de esta promesa es la limosna. Es fruto de la generosidad y también del ahorro que lleva consigo la austeridad. Es fruto, sobre todo, del amor a Cristo que está presente en quien necesita ayuda. Merced a la limosna se mantienen la asociación y se ayuda a los pobres; por ello, los Franciscanos de María, cada uno en función de sus posibilidades, deberán aportar la cantidad que estimen conveniente para ambos fines, teniendo siempre presente que el Señor nunca se deja vencer en generosidad.

 

     Por último, este compromiso lleva consigo intentar cumplir la propia obligación del mejor modo posible. Es incoherente y aún ridículo actuar al servicio del prójimo de manera extraordi­naria mediante el voluntariado, mientras que se dejan sin cumplir las propias obligaciones. No se pueden echar sobre los hombros pesos ajenos cuando no se intenta con la mayor honestidad posible llevar los propios. Lo primero que el Señor nos pide a cada uno de nosotros es que nos hagamos santos en medio de las circunstan­cias familiares, laborales y sociales en las que Él nos ha colocado, por muy distintas que estas sean a nuestros deseos. A la vez que intentamos cumplir bien con esos compromisos, podemos intentar ayudar a otras personas en las cuales vemos a Cristo necesitado, pero esta acción generosa nunca podrá servir de excusa para no cumplir lo que es voluntad de Dios expresa y que se pone de manifiesto por las obligaciones propias de nuestro estado.

 

     Las promesas, por otro lado, sirven para recordarnos los “mínimos” que los que las hacen se comprometen a hacer, no los “máximos”. Esto es especialmente importante recordarlo en el campo de la oración. Quince minutos de oración diarios son bien poca cosa, incluso para un laico que vive agobiado por falta de tiempo. Es el “mínimo” que hay que dar para poder llevar una relación con Dios que tenga algo de profundidad, pero aspirando a encontrar más tiempo cada día, a fin de aumentar esa comunión con el Señor.

 

     A continuación viene otro aspecto de esta promesa: el servicio directo a los necesitados. Se ejerce de dos maneras: mediante el apostolado -catequesis, evangelización directa a través de los propios medios de la institución- o mediante el voluntariado de asistencia a cualquier tipo de marginación. Pudiera darse el caso de que alguno no se encontrara en condicio­nes de desarrollar este aspecto de la promesa, pero en ningún caso quedará eximido de ayudar a los que están a su alcance, de mantener una actitud de servicio hacia aquellos que pasan a su lado.

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24 julio 2012 2 24 /07 /julio /2012 22:19

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 Video de la vida de San Juan de Rivera
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 El Secreto de Saulo
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22 julio 2012 7 22 /07 /julio /2012 22:08

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San Jose de Calasanz
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20 julio 2012 5 20 /07 /julio /2012 21:54

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Experiencia de la Beata Teresa de Calcuta

 
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19 julio 2012 4 19 /07 /julio /2012 21:51

 

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San Juan Bosco 
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18 julio 2012 3 18 /07 /julio /2012 21:47

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 Sor Marie Simon-Pierre

 
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