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Domingo XXVI: Sé misericordioso y acoge al pecador | 30 de septiembre de 2012 |
"Dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. (Mc 9, 38-40) | |
La “palabra de vida” de esta semana nos invita a practicar esa virtud tan de moda que es la “tolerancia”, pero entendida de una manera cristiana. Todos caben en la Iglesia –les dice Jesús a sus discípulos- porque todos caben en el corazón amoroso del Padre. Todos, incluidos los pecadores más notorios. Esto nos tiene que llevar a una actitud de acogida y no de rechazo; de comprensión con el prójimo e incluso con sus debilidades y pecados. Sin embargo, esta comprensión –y ahí es donde nos diferenciamos de la manera secularizada de vivir la tolerancia- no significa que tengamos que dar la razón a quien no la tiene, que tengamos que decir que el mal no existe o que, llevados de nuestra comprensión hacia el pecador, debamos decirle que lo que hace no tiene importancia y que puede seguir pecado. Cristo, que es siempre nuestro modelo, comía con los pecadores públicos de su época –los publicanos y las prostitutas- y no dudaba en enfrentarse con una sociedad hipócritamente puritana para defender a una adúltera que iba a ser lapidada. Sin embargo, a los publicanos les decía que dejaran de robar, a las prostitutas que se ganaran honestamente la vida y a la adúltera le dijo que no pecara más. Seamos intransigentes con el pecado y acogedores y misericordiosos con el pecador. Basta con que se arrepienta, con que quiera cambiar, para que reciba ya el abrazo del Padre. No lo olvidemos, todos caben en la Iglesia, con tal de que quieran ser santos, aunque aún no lo sean. Gracias a eso, cabemos también nosotros. | |
Propósito: Practica la misericordia y una bien entendida tolerancia que consiste en aceptar las legítimas diferencias que el prójimo tiene con respecto a ti. No aceptes el pecado, pero acoge al pecador. |
Domingo XXII: Corazón por corazón | 2 de septiembre de 2012 |
"Él les contestó: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". (Mc 7, 6-7) | |
Siguiendo con el tema de la semana anterior, aunque se trate de otro evangelista, el Evangelio de este domingo nos muestra la decepción de Jesús ante la respuesta de su pueblo, el pueblo amado, el pueblo elegido que Él había venido a salvar. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”, llegó a decir el Maestro haciéndose eco de una antigua profecía. ¿Y de nosotros? ¿Podría decir también eso? Ciertamente que le honramos con los labios, lo cual no sólo no es malo sino que es cada vez más necesario hacerlo para dar testimonio público de nuestra fe. Pero debería ser verdad que, a la vez que hacemos eso, intentemos hacerlo con el corazón. De eso se tratará esta semana, de profundizar en una relación “cordial”, afectiva, amorosa, con Cristo. Se tratará de decirle, en la oración y con las obras, que le queremos, que Él es lo primero en nuestra vida, que por Él y con Él estamos dispuestos a hacer lo que Él nos pida. Es una semana para ejercitar el “por ti” en cada cosa que hagamos, a fin de que el Señor se convenza de que, aunque somos pecadores y a veces fallamos, Él puede contar de verdad con nuestro corazón. Transformando un poco aquella poesía de Quevedo, deberíamos decirle, con las obras y las palabras: “Polvo soy, mas polvo enamorado”, o lo que es lo mismo: “Pecador soy, pero te amo”. Te amo, Señor, porque tú te lo mereces, porque con tu misericordia has conquistado mi corazón. Y mi principal dolor es no amarte más, no amarte lo suficiente, no serte siempre fiel para que puedas estar orgulloso de mí en todos los momentos de mi vida. | |
Propósito: Decirle al Señor, con la mayor frecuencia posible, “por ti” al hacer las cosas. Asumir tareas difíciles e ingratas por amor a Él, de forma consciente, para demostrarle nuestro amor. |
Domingo XXI: Defender a Jesús y permanecer con Él | 26 de agosto de 2012 |
"Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús les dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios". (Jn 6, 66-70) | |
La pregunta dolorida de Jesús a sus apóstoles, sobre la que meditamos este domingo, es efectuada por el Señor al ver que la gente que le seguía se había ido yendo cuando Él dejó de ser un negocio para ellos. Esa misma pregunta nos la hace cada día a cada uno de nosotros y se la hace a todos los que, en alguna ocasión, movidos por alguna necesidad, se han acercado a Él en busca de ayuda. Nos dice, mirándonos con tristeza a los ojos: “¿También tú quieres marcharte, como han hecho tus amigos, como han hecho ya la mayoría de los que viven a tu alrededor? ¿también tú me dejarás cuando las cosas se pongan feas y corras riesgos por estar a mi lado? ¿también tú te irás cuando ya no puedas sacar nada de mí o cuando no entiendas algunos de mis planes?”. Ante estas preguntas, no basta con una respuesta fácil ni retórica. No es suficiente decirle sólo con la boca: “Señor, aunque todos te abandonen yo no lo haré”, como dijo Pedro la noche del Jueves Santo poco antes de negarle tres veces y oír cantar el gallo. Tampoco basta con tratar de contentarle diciéndole que ya vamos a la misa dominical o que damos alguna limosna. Tenemos que asegurarle, con toda la sinceridad de que sea capaz nuestro frágil corazón, que queremos estar a su lado en lo bueno y en lo malo, con hacen los verdaderos amigos. Tenemos que asegurárselo no sólo con palabras, sino con obras. Con obras que, por amor a Él, estamos ya haciendo y vamos a seguir haciendo, aunque no tuviéramos más recompensan que proporcionarle a Él un poco de alegría. | |
Propósito: Traicionar a Jesús, irse de su lado, significa negarle cuando otros le critican o marcharse cuando otros se van. Debemos hacer lo contrario: salir en su defensa y quedarnos. |
Domingo XVIII: Agradecer y ofrecer | 5 de agosto de 2012 |
"Jesús les contestó: Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna". (Jn 6,26-27) | |
Si la semana pasada el Evangelio nos invitaba a plantearnos los motivos por los que nos acercábamos a Cristo, esta nueva “palabra de vida” nos invita a seguir profundizando en la misma dirección, añadiendo una enseñanza más, la de que no debemos seguirle por cuestiones materiales sino que deben entrar en nuestras motivaciones también las espirituales, la santidad. Es Jesús mismo el que muestra su decepción en este Evangelio dominical, al ver que sólo el interés material mueve a sus múltiples admiradores a ir tras Él. Y les pregunta. “¿por qué me buscáis?”. Esa misma pregunta nos la hace Jesús a nosotros. Ya vimos que debíamos estar dispuestos a seguirle no sólo por interés, sino por gratitud, por amor, para devolverle algo de lo mucho que hemos recibido de Él. Por lo tanto, a la pregunta de Cristo deberíamos contestar: “Señor, te buscamos porque queremos disfrutar de tu compañía, porque queremos oír tu mensaje, porque sin ti no podemos ni queremos vivir. Te buscamos porque te amamos. Te buscamos también porque queremos de ti el mayor de los dones: que nos ayudes a ser santos. Te buscamos, también pero no en primer lugar, porque necesitamos tu ayuda para resolver los problemas que nos hacen sufrir y necesitamos tu fuerza para llevar nuestra cruz de cada día”. Pidamos, pues, la santidad. Busquemos con tesón la santidad. Con el mismo empeño, por lo menos, con que buscamos la salud perdida o un buen puesto de trabajo. Además, acudamos a Él también a ofrecer, a ofrecernos, a decirle que puede contar con nosotros. | |
Propósito: Cada vez que me dirija a Dios o a la Virgen pidiendo un favor, analizar si me he dirigido antes dando gracias, ofreciéndome para ayudarles o pidiendo la santidad. |
Domingo XV: Evangeliza aunque no te sientas preparado | 15 de julio de 2012 |
“Llamó Jesús a los Doce y les fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja”. (Mc 6, 7-9) | |
Vivimos unos tiempos que, en cierto modo, pueden compararse con los de los primeros cristianos. No en vano, el Papa Juan Pablo II y algunos obispos han calificado esta situación como un “neopaganismo”, con el agravante de que ahora el mensaje de Cristo suena a cosa sabida. Esta situación, tan parecida a aquella, se caracteriza por el rechazo o la indiferencia con que se acoge el mensaje de Jesús. Es corriente oír quejas acerca de lo que cuesta hacer apostolado, de la vergüenza que hay que pasar cuando se tiene que defender a la Iglesia en el ambiente laboral o incluso en el familiar. Además, por ser cristiano pareces ser reo de todos los delitos imaginables, de todas las culpas que el resto de los cristianos hayan cometido en la historia (Inquisición, Cruzadas...), reales, inventadas o exageradas. Conviene fijarse, precisamente por esas similitudes, en lo que hicieron los primeros cristianos. Ellos no lo tenían más fácil, ya que incluso se jugaban la vida. Sin embargo tuvieron el valor de enfrentarse con un medio hostil y vencieron. Las diferencias entre ellos y nosotros no están, quizá, en las dificultades del ambiente, ni en que ellos tenían más medios materiales para evangelizar, sino en que tenían más fe, más amor a Cristo, más convencimiento de que ser cristiano era una gran suerte. Por eso, aunque tenemos que intentar tener mejores estructuras evangelizadoras –como medios de comunicación-, lo que debemos hacer sobre todo es tener más medios espirituales, más oración, más y mejor testimonio de vida. | |
Propósito: No dejarme vencer por la presión ambiental para confesar mi fe. Buscar argumentos, prepararme, solucionar las dudas y objeciones que sé que me van a hacer. Y evangelizar. |
Domingo XIV: Acepta las correcciones | 8 de julio de 2012 |
“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?.... Y desconfiaban de Él. Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. (Mc 6, 3-5) | |
La violenta reacción de los paisanos de Jesús contra él, con motivo de la visita del Señor a Nazaret, que es recogida en el texto del Evangelio de este domingo, se debió a algo tan sencillo como una corrección, una crítica, que Cristo se atrevió a hacerles. Hay mucha gente así. Todo va bien con ellos mientras les das la razón. Todo va bien mientras les dices que son buenísimos. Pero si te atreves a disentir en algo o a pedirles que cambien en alguno de sus comportamientos, reaccionan contra ti con gran virulencia, a veces incluso con calumnias. Es una pena, porque si tuvieran humildad podrían cambiar y entonces mejorarían notablemente. Además, es muy frecuente que esas personas, aquejadas del defecto de la soberbia, tengan muy buenas cualidades en otros aspectos. Estarían realmente en el camino de la santidad y de la perfección con sólo aceptar las correcciones. Todo se lo toman como algo personal, como una falta a su honor, como una injusticia, y al rechazar las críticas se impiden a sí mismas la posibilidad de mejorar, de completar sus muchas virtudes. En todo caso, esta semana debemos procurar no ser nosotros los que incurran en ese defecto, no sea que, dándonos cuenta de lo que hacen mal los demás, no nos percatemos de que el pecado de la soberbia también anida en nuestro corazón. A la vez, tenemos que procurar, si nos vemos en la obligación de corregir a alguien, hacerlo con el mayor tacto, con la mayor caridad posible, para que no sean las formas las que impidan recoger los frutos de la conversión. | |
Propósito: Callar cuando me critican. No responder inmediatamente y en caliente. Analizar si tienen razón o en qué medida la tienen e intentar cambiar. |
Domingo XIII: Nadie te puede ayudar como Dios | 1 de julio de 2012 |
“Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía muchos años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto... Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias”. (Mc 5, 25-30) | |
Cada vez hay más personas que acuden a magos y adivinos para buscar recetas de felicidad. Cada vez hay más depresiones y suicidios, fruto en muchos casos de decepciones y de frustraciones. Cada vez hay más matrimonios rotos, más ancianos solos, más abortos. Y, sin embargo, teóricamente, cada vez tendríamos que ser más felices pues el nivel de vida mejora y la prosperidad está arraigada en muchas familias. El problema está precisamente en que la gente busca la felicidad donde no puede encontrarla. Muchos hacen como la mujer enferma de que habla el Evangelio, que en la búsqueda de la salud, de la felicidad, ha gastado todo su dinero, toda su energía, toda su vida, y en lugar de mejorar ha empeorado. Durante un tiempo, quizá a esa mujer, lo mismo a que a tantos otros, le fue bien. Pero luego volvieron los problemas, incluso aumentados, y de nuevo se ilusionaron con otra cosa material en la que soñaron que podían encontrar la felicidad que buscaban. Y así una y otra vez, mientras va pasando la vida, que es el tesoro que se va gastando y que no tiene forma de ser renovado. En cambio, aquellos que han apostado por Cristo y que han hecho de Él la fuente de su felicidad la han encontrado y lo han hecho al margen de las situaciones cambiantes de la vida e incluso de los sufrimientos que nunca faltan. Demos gracias a Dios por haberle encontrado y aferrémonos a su manto, sin separarnos de Él, porque sólo Él nos puede curar, consolar, fortalecer y llenar de esperanza. | |
Propósito: Analizar dónde estamos buscando la felicidad, en quién estamos poniendo nuestra confianza. Si sabemos que sólo Dios nos da la vida, ser coherentes y acudir a Él. |
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